martes, 28 de abril de 2009

Todos vivimos en la ciudad....


La ciudad conforma -a menudo físicamente, pero siempre psíquicamente- un círculo.
Un Juego. Un anillo de muerte con el sexo por centro. Conduce a través de los Límites de los Suburbios. En la frontera descubres zonas de vicios sofisticados y aburrimiento, prostitución infantil.

Pero en el sucio anillo que circunda al distrito de los negocios, zona diurna, existen la única vida real de nuestro túmulo, la única vida callejera, la vida nocturna. Especímenes enfermos en hoteles de a dólar, cantinas, bares, casas de préstamo, burlesques y burdeles, en arcadas moribundas que nunca mueren, en calles y calles con cines que jamás cierran sus puertas.

Todos los juegos contienen la idea de la muerte.

Hace falta un gran asesinato para dar vuelta a las rocas que hay en la sombra y extraños gusanos que moran debajo. Las vidas de nuestros alucinados, de nuestros descontentos, quedan así reveladas.

La Cámara, como Dios que todo lo ve, satisface nuestro deseo de omnisciencia. Espiar a otros desde esta altura y ángulo: los transeúntes entran y salen de nuestra lente como extraños.

Poderes del yoga. Volverse invisible o pequeño. Volverse gigante y llegar hasta lo más lejano. Cambiar el curso de la naturaleza. Ubicarse en cualquier lugar del espacio y tiempo. Conjugar a los muertos. Exaltar los sentidos y percibir imágenes inaccesibles, o hechos de otros mundos, en la mente más profunda de uno mismo o las mentes de otros.

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